Estimado lector: en esta ocasión la historia puede leerse de dos maneras, por un lado la crónica de las cosas que uno se encuentra cuando observa detenidamente la naturaleza sin más herramientas que unos binoculares y una libreta de campo, y por otro, en cursivas la historia de lo que ocurre cuando, al entrar al monte, el monte también entra dentro de uno, y ambas cosas no acontecen necesariamente por separado.
Una última aclaración: todas las fotos que verás son de archivo, pues el día que aconteció esta historia iba determinado a observar, no a fotografiar.
Hace unas semanas llegué temprano a los pies del cerro de Tepeapulco, delante de mí estaba el sendero, sombreado y aún cargado de la humedad de la noche, conforme nos introducimos en aquella entidad verde y vibrante podemos percibir el olor de los primeros árboles en flor de la temporada. Junto al camino se mueven los pequeños Chivirines Vientre Blanco [Uropsila leucogastra] lejos dentro de la vegetación susurran tristemente las Palomas Arroyeras [Leptotila verreauxi] que cantan y no se ven casi nunca. Y arriba, en la cima de Tepeapulco, los dedos del sol acarician los árboles más altos.
El sendero comienza a subir levemente, a mi alrededor crecen plantas milenarias como las Cícadas [Dioon edule] y es sinceramente un placer el usar sólo mis ojos para observar las cosas que me rodean, tal vez estoy subido a hombros de gigantes, de todos aquellos naturalistas y biólogos de tiempos anteriores al mío que no pudieron tener acceso a una cámara fotográfica y sólo a través de cuidadosas observaciones nos han dejado valiosísima información sobre la vida y la obra de animales y las plantas de México.
Hay hojas esparcidas en los caminos — de cedro, encino y copal— que se pudren bajo el asfixiante techo verde que se tiende sobre mi cabeza. En el aire se percibe la esencia de una vida caótica e incomprensible; al menos esto podría verse así para los ojos acostumbrados a las líneas rectas, a la pulcritud de un cuarto bien ordenado y la rigidez de un horario establecido.

Conforme asciendo por la ladera del cerro me topo con actividad inesperada; un grupo de aves, lideradas por el infaltable Carbonero de Cresta Negra [Baeolophus atricristatus] comienza a cruzar el camino, y entre ellas vienen dos personajes sumamente curiosos, unos pequeños Trepatroncos… Si ya han visto o leído un poco de lo que publico por aquí y por allá, deben saber que uno de los grupos de aves que encuentro más fascinantes son los miembros de la familia Furnariidae: horneros, trepatroncos, Xenops y breñeros se me hacen misteriosos, tímidos y por lo tanto merecedores de toda curiosidad, y estos pequeños Trepatroncos Oliváceos [Sittasomus griseicapillus] llamaron mi atención, pues estas bolitas de plumas rojizas, no más grandes que un Gorrión Doméstico estaban haciendo «algo» inusual.
Mientras un individuo trepaba por los troncos con su característico movimiento en espiral, el otro hacía algo completamente distinto, pues perchaba muy cerca de su compañero y emitía un llamado particular, largo, agudo y vibrante como si de un insecto se tratase; de hecho, era tan enérgico este llamado que todo el cuerpecito del trepatroncos parecía vibrar mientras se sostenía en el árbol. Mientras que el primer trepatroncos (el que se movía tranquilamente) parecía no hacer caso de este despliegue y se movía hacia otro árbol, seguido casi inmediatamente por nuestro segundo emplumado, que repetía su largo llamado, aparentemente sin efecto en el otro.
No estoy seguro si esto era alguna especie de despliegue de cortejo o muestra de territorialidad, pero se me hizo tan curioso que seguí a los trepatroncos por el sendero, manteniéndome a prudente distancia de ellos, dando cada paso con respeto y muy cuidadosamente para evitar que la hojarasca me traicionara. Y así, por la mera curiosidad me fui adentrando más en la vegetación, tratando de ver en que terminaba la historia de estos dos pequeños habitantes del cerro, pero pronto ellos tomaron un camino que yo ya no pude seguir cerro arriba, y una vez que desaparecieron, mientras pensaba cual sería la forma más corta de regresar al sendero principal, los escuché llegar…
Aquí adentro impera otro modo de crecer y desarrollarse. Al ir a tientas por senderos que no conozco me doy cuenta que, unas sobre otras, las plantas crecen buscando la luz. Aquellas que mueren en el intento de subir nos dejan sus cuerpos secos como una estructura para seguir perpetuando el caos vegetal. Los animales son como fantasmas que dejan huellas y vagan buscando su propia supervivencia a salto de mata; toda la existencia de estos seres se sustenta en engranajes invisibles que no alcanzo a comprender, pero que se asoman en la forma retorcida de los troncos y en las hojas que se estiran sobre otras hojas buscando el sol, en las hileras de hormigas que desfilan por el suelo y en las aves que peregrinan tras ellas.

Siguendo sus secretos caminos del aire, una pareja de Loros de Cachete Amarillo [Amazona autumnalis] llegó gritando a perchar en un encino muerto a unos veinte metros de mi posición, de no haber sido por esos gritos iniciales no habría podido ver donde habían parado, y una vez aterrizando, no volvieron a hacer sonido alguno durante un largo rato. Años y años de constante saqueo de polluelos para satisfacer la demanda de un monstruo inconsciente e insaciable ha hecho que sus poblaciones disminuyan, y por ello, el poder observar a estos ejemplares siempre es un placer. Además, lo que estas dos aves estaban haciendo era precisamente buscar un lugar para hacer su nido.
Este proceso de búsqueda del sitio de anidación es algo poco común de presenciar pues los loros son muy tímidos, y ante la menor señal de peligro salen volando, así que, aprovechando que no se habían dado cuenta de mi presencia, y usando el tronco de un árbol como escondite, me dediqué a observar lo que estos verdes amigos hacían, y realmente no estaba preparado para lo que ocurrió a continuación.
Puedo intuir entonces que el aparente desorden de la vida en los lugares llenos de un verde aplastante, es sólo una ilusión, podría decir que es tal y como ensayamos hablar cuando somos niños, vamos desenmarañando poco a poco el lenguaje . Mientras camino bajo las bóvedas arboladas, las noto incomprensibles en un primer momento, pero mientras avanzo por sus senderos lo voy vislumbrando, pues se va extendiendo ante mis ojos las maneras de ser de estos lugares. Todo es un amasijo de seres vivos que se retuercen, se doblan y se vuelven a desdoblar sobre sí mismos en un abanico de formas, colores y sabores, siguiendo sus propias reglas no escritas.

Perdí la noción del tiempo, realmente no sé si estuve viéndolos por cinco minutos o media hora, pero ahí estaban ellos: un loro vigilante en lo alto del árbol, mientras el otro recorría el tronco inspeccionando los agujeros muy detenidamente, y de pronto volaron, pero no en el vuelo ruidoso de los loros que van a su dormidero, sino en silencio y hasta otro árbol muerto, uno que estaba a poco menos de tres metros de mi posición. Desde allí los pude contemplar mucho mejor, inspeccionando huecos y comunicándose entre sí con llamados suaves y movimientos de cabeza, en una escena que me imaginé ocurriendo por miles de años a lo largo de selvas y bosques que hoy ya no existen.
Como si esto no fuera poco, al árbol que los loros habían llegado primero, también arribó un Tucán Pico de Canoa [Ramphastos sulfuratus] que del mismo modo, revisó concienzudamente las mismas cavidades que minutos antes estaba revisando la pareja de loros, y cuando estos últimos salieron volando de nuevo para perderse entre los árboles, el Tucán pasó a explorar el segundo árbol donde habían estado. Tal vez en búsqueda también de un sitio para establecer un nido, o más probablemente, de un lugar donde pudiese encontrar, a futuro, una rica merienda, pues los tucanes son conocidos comedores de huevos de otras aves.
Sea como fuere, toda la escena resultó increíble, tan solo pensar en todas las interacciones entre seres vivos que estaban implícitas allí hacía volar mi imaginación; un encino que germinó hace incontables años, que creció y murió para que un Pájaro Carpintero anónimo taladrara su cuerpo muerto e hiciera de él su hogar, y luego… quién sabe cuanto tiempo después, una pareja de loros aprovechara el mismo sitio, mientras un tucán espiaba de lejos. Los ecosistemas son tan complejos que tal vez, nunca podremos entender del todo su preciso funcionamiento, pero a través de la observación cuidadosa, estoy seguro que podremos tener un atisbo de aquello que ocurre, oculto a plena vista.
Interrumpe mis pensamientos el sonido del celular que llevo en el bolsillo; aplasto la pantalla sin ton ni son, porque he olvidado para qué sirve, y su existencia me resulta incomprensible.

Ese día regresé a casa feliz y conmovido: hacía tiempo que no dejaba que mis ojos se maravillaran de tal modo con las inacabables preguntas que la naturaleza nos ofrece. El Monte, en toda la extensión de la palabra, había entrado por mis ojos, con la misma intensidad con la que lo hizo cuando visité este lugar por primera vez.
16 comentarios
«Porque hay aun un continente verde
que imanta nuestras brújulas.
Un ancho acabamiento de pirámides
en cuyas cumbres bailan doncellas vegetales
con ritmos milenarios y recientes
de quien lleva en los pies la savia y el misterio.
Un cielo que las flechas desconocen
custodiado de mitos y piedras fulgurantes»
Me encantó tu relato, sentí que pude ver lo que describías y me recordó a
este fragmento de un poema de Rosario Castellanos.
Gracias por compartirnos como el monte entra por los ojos.
Muchas gracias Frida!! me gustó mucho este fragmento
gracias relato preciso y muy bonito. Yo amo observar la naturaleza caminando o en bicicleta, no podría detenerme mucho tiempo como hacen los amantes de la fotografia. la vida de un bosque, de un pastizal, de un rio o de una playa la gozo en movimiento
muchas gracias por tu comentario, lo importante es observar lo que nos rodea!!
Gracias por compartir Hace años en Chiapas compartí paseos en senderos de bosque ( Reserva del Huitepec) con un grupo de amistades y educadores, y en una porción del camino tomabamos el acuerdo de no hablar y andar en el mayor silencio posible. Creo que el nivel de percepción y disfrute cambiaba sustancialmente y podíamos compartirlo después de aun mejor manera. Algo así entiendo con respecto a este muy buen ensayo, o al de realizar siempre una parte de ciertas entrevistas sin grabadora ni libreta. Una mayor confianza y desarrollo de nuestros «sentidos», de lo naturalmente sensorial. Aparte, ya en otro nivel de reflexión, se puede relacionar con la Ecología profunda, y algunos de sus proponentes, por ejemplo : https://classes.matthewjbrown.net/…/berry-computer.pdf
muchas gracias por tu comentario!!
por otro lado, creo que el link que proporcionas está roto, me redirige a la página principal y no al documento en específico
Me transportaste al cerro de Tepeapulco caminar entre la naturaleza y sus sonidos. Todo lo que en ella sucede mientras uno se queda como un simple observador es maravilloso. Se nota que escribes con los sentimientos a flor de piel.
Llegue a tu canal de youtube buscando información básica sobre cómo ver aves. Mi principal objetivo es acercarme a las aves que visitan mi jardín, por lo que tu video sobre binoculares me sirvio para saber qué buscar.
Ahora que leo tu narración considero que bien puedo salir por los senderos o calles de mi ciudad a encontrarme con estos bellos compañeritos.
Gracias por tu contenido
muchas gracias por tu comentario!! me alegra que te haya inspirado este contenido
Ser un puente de historias. Convertir un poco el alma de divulgador en una de esas tantas especies que polinizan llevando de aquí a allá. Eso veo acá.
Vas conectando(nos) a los mundanos, que estamos en todo menos en el mundo, (paradójicamente) y por eso mismo nos perdemos de esas maravillas y peor aún, lo dañamos en pequeñas y grandes acciones (y omisiones)
El monte entra por los ojos y nos descubre el monte que llevamos dentro.
Alberto me incitas a continuar recorriendo los senderos de los montes… son tiempos difíciles y quieren amarrarnos peor aún a una pantalla pequeña entre paredes….. mientras afuera hay tanto con que reconectar y como bien dices para tener un simple atisbo de cómo funciona la NATURA y de paso preguntarnos quiénes somos, qué hacemos y por qué lo hacemos. Son tiempos que llaman a reflexionar desde los profundo y honesto para accionar, e intentar dejar a las próximas generaciones lo grandioso, que como bien dices, nosotros estamos aún pudiendo disfrutar…Un abrazo con ramas de encinas del bosque de Tlalpan que en estos días se miran desnudas y pintan las copas en redes caóticas entrecruzadas y de destellos de amarillos que burbujean en los tonos grisáceos del matorral, si los palo locos han comenzado su floración¡¡¡¡ …. un abrazo…
muchas gracias por tu comentario!! un saludo hasta el bosque de Tlalpan… ahí vi Melozone kieneri hace años
Excelente narrativa reconfortante y enriquecedora experiencia soy amante de ese tipo de caminatas para encontrarnos con la Pacha mama.
Saludos a Alberto Lobato. Resulta muy interesante leer lo que se percibe al visitar un sitio; para Chavarrilenses el cerro tepeapulco y la barranca tienen mucha importancia en diversos aspectos, lo natural que mencionas, por supuesto, el aspecto fisico de cierta protección que nos brindan. Somos afortunado de vivir aqui junto a este cerro y la barranca.
Por los ojos, por el olfato y el tacto . Por el oído también pero yo soy mala para eso :(.
Qué bello escribes, Chiviz :).
Muy bello, amigo Alberto. ¡Muchas gracias por transportarnos a ese gran momento!