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La Tángara Chiapaneca: ¿Qué tan lejos irías por un ave?

La Tángara Chiapaneca: ¿Qué tan lejos irías por un ave?

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Poecilostreptus cabanisi ilustrada por Joseph Smit (1868)

Hace unas cuantas semanas pude visitar de nuevo (después de siete años) este último lugar, y entre todas las maravillas que viven y crecen dentro de esta reserva, una de las cosas que más quería ver era precisamente esta pequeña Tángara. Pero encontrarla no sería fácil pues desde el campamento principal, ubicado a unos 1900 metros sobre el nivel del mar debíamos bajar unos quince kilómetros aproximadamente hasta un paraje llamado Cañada Honda, sitio bien conocido donde esta esquiva especie suele observarse.

Así, la mañana del 13 de enero partimos desde el campamento El Triunfo con la intención de encontrar esta ave, conforme descendíamos, dejamos atras el abrazo blanco de la niebla que cubre el hogar de los quetzales y pasamos por los antiguos cipreses arrullados por el viento y coloreados de arcoíris, con rumbo hacia Cañada Honda, pero antes de llegar, una legión de guerreras nos cerró el paso.

Hylomanes momotula, un momoto seguidor de hormigas

Cruzando el camino iba una larga línea de hormigas legionarias, grandes depredadoras del suelo del bosque que aprovechan su gran número para someter a presas más grandes que ellas, y a su paso espantan una miríada de otras pequeñas creaturas, y a lo largo de miles de años de coexistencia las aves han aprendido que esto significa comida… Siguendo la tropa de hormigas encontramos Zorzales Pechiamarillos [Catharus dryas], Chipes de Roca [Basileuterus lacrhymosus] y los siempre misteriosos Momotos Enanos [Hylomanes momotula] que aprovechan la tropa de hormigas para alimentarse. Esta interacción entre aves y hormigas es una de las cosas que más me fascinan del mundo emplumado, y tal vez les cuente esta historia a fondo en algún vídeo futuro.

Finalmente llegamos a Cañada Honda, a nuestras espaldas la Sierra Madre de Chiapas se coronaba de neblina, al frente, el Océano Pacífico iba y venia en su eterno vaivén, y a nuestro alrededor los árboles tropicales crecían altos, pero el viento, que nos había acompañado desde que salimos del campamento, seguía soplando fuerte incluso en esta parte que creímos más protegida, y eso era malo, pues cuando hay viento fuerte, las aves suelen refugiarse en las zonas cerradas del bosque, y las Tángaras que suelen perchar en las grandes higueras de la zona no estaban ahora visibles en las altas ramas de esos árboles y no se les veía por ningún lado.

Debo confesar que a este punto me desanimé un poco, quiero decir, haber caminado quince kilómetros entre neblina y viento para ver una sola especie de ave y que no apareciera, haría que los quince kilómetros de ascenso constante de regreso al campamento fueran un calvario… Pero así es esto de la pajareada, a veces encuentras lo que quieres, a veces no. Con mucha resignación saqué mi lonche para comer algo antes de emprender el regreso para que la noche no nos sorprendiera en el camino, y mientras estaba masticando un pedazo de torta, se escucharon las Tángaras.

Alzando la vista, e inusualmente bajo entre los árboles (probablemente debido al fuerte viento que movía las copas) a unos cuantos metros de nosotros había dos pequeñas aves azules que parecían pedacitos de cielo desprendidos de las alturas, con la cabeza ligeramente morada, la espalda y la rabadilla azul y las alas negras, ahí estaba Poecilostreptus cabanisi en su celeste gloria. Verlas y tomar los binoculares fue una acción casi automática, disfrutarlas por varios segundo mientras se acicalaban y se balanceaban en las ramas para que estos ojos que no habían visto esa ave se quedaran con su imagen y su historia a fin de contarla después.

Poecilostreptus cabanisi: poco cooperativa para la foto pero hermosa

La única foto que pude tomar de estas aves antes de que se fueran, es esta de aquí, no se ve mucho y su cabeza está bloqueada por una rama, pero es la prueba fidedigna de que valió la pena haber caminado tanto, no por la imagen, sino solamente por la alegría de conocer una especie de ave que antes sólo había visto a través de los ojos de otros, pero que les digo, así es esto de la Pajareada.

Sobra decir que al regreso, a pesar de cuestionar mi sanidad mental por haber hecho una ruta tan larga por una sola ave cargando los kilos de equipo para grabar, estaba muy feliz… no todos los días te encuentras con un ave como esta, y por aquí les dejo el enlace a un vídeo en el cual trabajo la acuarela que han visto ustedes como banner de esta entrada.

Muchas gracias a Jorge, Amy, Eric, Heber, Carolina y Gisela que fueron parte de esta pequeña aventura.

Abajo en alguna de esas barrancas, vive un ave increíble

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9 comentarios

  1. Wooo, que maravillosa experiencia, me encanto la manera en que la relatas, felicidades por el blog y la página Estaré pendiente de ella.

  2. gracias por compartir esta tu aventura en ese recorrido para conocer esta hermosa ave la Tangara Chiapaneca, por transmitirnos esa emoción al verla. Así son las Pajareadas. saludos.

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